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Nuestro José Emilio Pacheco

José Emilio Pacheco se ubica entre los mayores exponentes del idioma. Una de sus producciones, que reúne más de un centenar de textos escritos durante la última década del siglo anterior, da cuenta de un oficio acabado y de una voluntad de escritura que lo señala, además, entre los más prolíferos poetas del continente.

Luego de la exitosa publicación de La arena errante, por Ediciones Era de México en noviembre de 1999, la versión chilena apareció bajo el sello de LOM, en Santiago, al año siguiente, atendiendo a un mercado de lectores que por lo común no tiene acceso a libros publicados en el exterior. La arena errante es un volumen con ciento treinta y tres poemas cuyas referencias dan cuenta de lugares, experiencias, sueños y otros antecedentes bajo el prisma de la intensa escritura del poeta mexicano. Corresponde a una ordenación de textos escritos entre 1992 y 1998 en cinco cuadernillos temáticos que este autor, prolífico por lo demás, trabaja con celo y oficio; aunque esta última observación sea ya un lugar común dado el reconocimiento continental que Pacheco ha conseguido en estas últimas décadas.

En el primer cuaderno, Ante-noche, convoca “opacas las imágenes de ayer” como un álbum donde las fotografías de la infancia son los primeros movimientos de una vida que habrá de continuar con sigilo y aventura. La fugacidad y la pureza de ese tiempo sagrado se rescata en un recuerdo a la vez borroso y reconstruido con los elementos a su alcance: la ingrata memoria. Sus recursos, muchas veces metafóricos, quedan sin embargo al alcance del lector: El reloj congelado hace diez años/ y ahora simple objeto decorativo/ volvió a vivir con el sismo.

El árbol de las sombras reúne 41 instantáneas dedicadas a ciertos signos exteriores de la naturaleza y la cultura. Su escritura epigramática, a manera de apuntes, indica que estos trabajos han sido partes, en algún momento, de composiciones mayores. Salvadas de algún presunto fuego cobran vida independiente por el valor semántico o, tal vez, íntimo que el autor reconoce en ellos. La observación inteligente, el juego inmediato y el gran descubrimiento acompañan estas páginas: Es la hora en que se nace/ y acaban su trabajo los mataderos (Amanecer).

La prosa poética tiene cabida en Después, una veintena de párrafos en los que los versos se alargan en “hemistiquios” reconocibles para el buen oído y fluyen como un discurso continuo a pesar de la puntuación: Nadie me explica por qué una inmensa esfinge preside el lugar como la Acrópolis domina el panorama de Atenas.

La estructura de libro independiente, sin embargo, se rescata en los dos últimos cuadernillos. En Algún día demuestra, a través de una serie de logros expresivos, su condición profesional. Desde el juego de palabras al alcance del lenguaje hasta la textura semántica más compleja, sus imágenes van apareciendo en los textos con relativa facilidad. Puede afirmar que la sombra vuela como pez en el agua o que el extranjero ve su porvenir/ bajo esta cripta hecha polvo, y tales aseveraciones parecen frases comunes a pesar de la inmensa carga de significados contenidas en ellas. Esta capacidad de versificar es reconocible, además en varios de los altos poetas latinoamericanos contemporáneos herederos, de cierta forma, de un lejano Vicente Huidobro. Y Pacheco no escapa a este influjo.

En Este mundo, quinta parte del libro, aparece la voz más íntima y actual de José Emilio Pacheco. Los temas de reflexión frente al lenguaje, en tanto realidad que rescata un estadio mayor e inalcanzable, son acá evidentes. Como lo son también el tiempo y la miseria humana, las otras grandes preocupaciones del poeta.

La arena errante instala al poeta mexicano entre los mayores exponentes del idioma y, al mismo tiempo, señala que José Emilio Pacheco ha llegado a un punto de su desarrollo literario difícil de superar. Domina ya su propia poética y habría de ocurrir algún incidente extraordinario en su trayectoria, en consecuencia, para modificar su tono y su profundidad en un otro sentido.

Pacheco es ampliamente conocido en Chile, país que visita con frecuencia. El año 2001 fue distinguido en la primera edición del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, entregado por la Universidad de Talca a fin de galardonar la obra de un escritor de reconocida trayectoria en nuestro idioma, y dotado con quince mil dólares. Según manifestó el presidente del jurado internacional que lo otorgara, el escritor chileno y Premio Cervantes de Literatura, Jorge Edwards, se trata de “un escritor versátil, variado e interesante que le hará muy bien a este premio”.

José Emilio Pacheco nació en Ciudad de México el 30 de junio de 1939. Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de México y fue becario del Centro Mexicano de Escritores entre 1970 y 1971. Sus publicaciones abarcan poesía, ensayo y narrativa. En su obra de creación destacan las novelas La sangre de Medusa (1955 y 1990), El viento distante (1963) y El principio del placer (1973). En poesía ha entregado Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1980), Los trabajos del mar (1983), Fin de siglo y otros poemas (1984), Alta traición (antología, 1985), El silencio de la luna (1994) y La arena errante, entre otros. En su carrera ha obtenido variadas distinciones, entre ellas los premios Magda Donato (1967), Aguascalientes (1969), Xavier Villaurrutia (1973), Nacional de Periodismo (1980), Malcolm Lowry (de ensayo, 1991) y Nacional de Literatura y Lingüística (1991).

Publicado por Juan Cameron

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