Recital o Encuentro de poesía

Los regresos de Alfonso Calderón

Había un dato muy extraño en la historia de Alfonso Calderón, el que ahora, gracias a este Diario de Valparaíso, logro ahora comprender; al menos, en parte. ¿Y es por qué Alfonso no nació en este puerto, sino en San Fernando, en circunstancias que toda su familia es precisamente de Valparaíso? Sabía que su hermana menor, fallecida antes de los dos años de edad, está sepultada en el Cementerio 3, como muchos de sus antepasados, que los Squadritto, primos de él, y a cuyos hijos yo conocía de niño, tenían un hotel en calle Ecuador, arriba de Viana; que una de esas parientes se casó con mi amigo Renato Cárdenas, en casa de los Flores Knistoff, en Santa Inés (yo fui testigo de ese matrimonio) y que la hija de ambos, amiga de mi hijo menor, vive ahora en Italia. En fin, todo me indicaba que Alfonso Calderón tenía que ser natural de Valparaíso. Sino, por qué tanto amor por nuestro puerto, tanta dedicación recogida a través de casi toda la obra narrativa de este autor.

Más de alguna vez pregunté a Teresa Calderón, poeta e hija de Alfonso, como lo es Lila, el lugar de nacimiento de aquel. Y ella siempre me daba esa extraña respuesta: San Fernando, 1930. Ahora, gracias a esta recopilación armada por Ernesto Guajardo, editor, poeta y narrador a su vez, me entero de la simple razón: el padre de Alfonso era funcionario de la empresa de aguas, en esa época estatal y de todos -como debe ser- y en tal cargo debía servir aquí y allá bajo órdenes superiores.

Resuelto el problema, y enterado que Alfonso vivió en Valparaíso, precisamente en la esquina de Colón con Canciani, puedo incorporarlo con orgullo a mi fichaje de poetas porteños y extender la larga lista de sus obras y premios a través de la página.

Estamos frente a un ejemplar hecho con cariño, tanto por porteños como porteñistas, comenzando por la nota introductoria que firma Allan Browne Escobar, quien tuvo un estrecho contacto con Alfonso a partir de la publicación de su Memorial de Valparaíso. La preocupación de Ernesto Guajardo, como editor y corrector, es del todo profesional; y se enriquece esta obra con el aporte gráfico y fotográfico de varios, pero también del inestimable archivo de Piero Castagneto Garviso. Y la imagen de portada de Pepe Basso, agreguemos.

La parte central de este Diario de Valparaíso se inicia el 1° de agosto de 1940 y culmina el 25 de diciembre del año 2002. Recoge notas escritas en esta ciudad o referidas a ellas y que contribuyen a ocho libros de memorias escritos por el autor, desde La valija de Rimbaud a El mirlo burlón. Le siguen algunos textos de Palimpsesto: retorno a Sicilia referidos a su estadía local. La información entregada aquí nos resulta, a los porteños, de primera mano. Me entero de un guión cinematográfico hecho por Godofredo Iommi Marini, de cómo se vivían los conflictos bélicos internacionales en esta sociedad de inmigrantes, de los héroes secretos en la memoria de cada familia, y nos traslada también a esas fenomenales librerías que alguna vez existieron, las que integran nuestra formación sentimental, como la El Pensamiento, de don Macario Ortes, o la Sudamericana, del poeta Modesto Parera Casas.

Recorrer estas páginas es -aunque claramente esta afirmación resulte un lugar común- volver a caminar por la Avenida Pedro Montt de ese entonces. Allí reaparecen los cines Victoria, Velarde, Imperio, los matinales del domingo en el Metro y los olores que cubren todo el Almendral. El del Café Tres Montes, las galletas Hucke, el fuerte olor a mar cuando el viento nortea, el tufo del carbón que cruza por un andarivel sobre Avenida España desde el muelle Barón para alimentar el Gasómetro. Una red protege a los vehículos que cruzan en dirección a Viña. Pero no evita que pequeñas piedrecillas negras salpiquen el paso. Todavía escucho a mi tío Osvaldo Lehmann mientras toca su armónica en la radio y canta, al mismo tiempo, el gingle «Freiman, galletitas, Freiman galletitas, siempre ricas y fresquitas». Al tiempo, los Churumbeles de España entonan El beso y se sintoniza, todos los domingos a las diez, Discomanía, en Radio Minería: «Están clavadas tres cruces, en el Monte del Olvido»; y, curiosamente, ahora se les recuerda.

De pronto tal infancia se quiebra. A medianoche del 1° de enero lloran las sirenas y se escuchan hasta Viña del Mar. Al día siguiente veo los restos del incendio. De la mano de un tío, ex oficial de Marina llegamos a lo que fue la Barraca Schulze. Una bengala cayó sobre ella y se inició el incendio. A sus espaldas, en Blanco con Freire, el director de Vialidad guarda, irregularmente, más de una tonelada de dinamita y otras tantas de pólvora. La historia es ya conocida y Calderón nos las refresca en la memoria: «Hay zapatos bajo una palmera, zapatos sin nadie, y sombreros y una que otra chaqueta de mujer, de esas con hombreras».

En mayo del 54 el autor se casa; parte a otra ciudad, vuelve a ratos; en enero del 56 discute con Lila porque aquella lo sorprende cruzando miradas con una mujer de fuego. En 1957 está en La Serena; no registra el gran levantamiento contra Ibáñez, del 1° y 2 de abril. La Armada instala ametralladoras y sitia la Sexta. Comisaría, detrás de la Avenida Argentina. ¿Cómo se habrá resuelto aquello? Recuerdo a dos estudiantes muertos en Plaza Sotomayor.

Algo nuevo aprendo también en estas páginas. Carlos León era por su época tan desgañitado como cuando fue mi profesor en Filosofía del Derecho -título que hoy me parece un oxímoron- y Lucho Oyarzún, el mismo Luis Oyarzún de Valdivia, andaba también por estos lares. Camilo Mori, Joaquín Edwards Bello, Teresa Wilms Montt construyen de a poco la ciudad y el mito. En Viña lo único refinado es el azúcar, sentencia el primero con su cándida acidez.

Alfonso Calderón regresa siempre a Valparaíso; sus padres yacen en esta tierra y en sus retratos nos revive los carros alegóricos, esos de la Fiesta de la Primavera, el suplemento dominical de La Unión, con Dick Tracy en primera plana, y las revistas Okey, Margarita y tantas otras. Aquí esta todo ello, el Menzel, la estación Miramar, el Cap Ducal: «Sé que soy un viejo nostálgico -nos dice- pero los jugos del Bogarín y el disco en el wurlitzer, con temas de Sonia y Miriam, me permiten reiventar ‘mi’ Valparaíso».

Es lo que yo les propongo ahora. Leer y disfrutar Valparaíso a través de la prosa de Alfonso Calderón.

Muchas gracias.

.

Compartir artículo en :

Facebook Twitter DZone It! Digg It! StumbleUpon Technorati Del.icio.us NewsVine Reddit Blinklist Add diigo bookmark

Artículos

Próxima edición de Lidia Mansilla

La poesía recobra su carácter historiográfico para dar cuenta, para señalar -y no juzgar- la infamia...

Omar Chauvié en La Sebastiana

El viernes 26 de julio se presentó en La Sebastiana, en Valparaíso, Escuela Pública, del poeta argen...

Los 70 años de Waldo Leyva

En una nota a los amigos por el continente, el poeta mexicano Roberto Arizmendi da cuenta de el home...

Un próximo libro de Héctor Rodas

El guatemalteco Héctor Rodas editará, en los próximos meses, un poemario como resultado de su visita...

Poesía neozelandesa contemporánea

Los cuatro poetas que se presentan pertenecen a generaciones distintas. Son distintos, pero no dista...

Óscar Hahn da señales de vida

La facilidad deÓscar Hahn para vincular mundos diversos u opuestos a través de los ocultos caminos d...