Recital o Encuentro de poesía

Also Sprach Nicanor

Estaba sentado una mañana de estas en el Café del Poeta disfrutando de estas páginas. Un amigo se acercó curioso para saber qué leía. Al observar la portada me dijo: «lo acabo de leer y tengo mi opinión sobre este libro. Tal vez asista a la presentación y así la cotejamos con la tuya». Esto me llevó a pensar una serie de cosas. Como mi amigo no se explayó quedé en la disyuntiva, en la duda más bien, de cómo enfocar mi lectura. Tal vez mi interlocutor deseaba establecer algo respecto a Nicanor Parra como referente en el espectro social de estas últimas décadas; o como poeta o intelectual o en torno a un modelo de conducta apreciado desde esa perspectiva de consecuencia e inconsecuencia tan apreciada por nosotros durante los años de formación.

Otra posibilidad sería referirse a este trabajo de María Teresa Cárdenas, como periodista, redactora, recopiladora o directora de esta publicación. O a la capacidad de cada uno de los entrevistadores para extraer lo más importante desde las opiniones del consultado y, más aún, la relación exacta o inexacta de lo dicho por Parra y lo aparecido finalmente en el texto. ¿Finalmente, me pregunto; o habrá correcciones de estilo respecto a la primera versión y aquellas?

El problema, en verdad, pertenece al puro territorio de la teoría -aquella tan alejada y distante, como diría Parra- pues esta publicación es una unidad, obra de María Teresa Cárdenas, cuyo objeto es entregar al lector una visión completa de nuestro poeta, además de un ejemplar atractivo, amable y muy bien editado.

Así habló Parra en El Mercurio, Selección y edición de María Teresa Cárdenas, convoca a estos elementos en un solo volumen, y a ello quiero referirme. Lo haré en un orden distinto pues, estando frente a una destacada profesional no me arriesgaré a rendir un examen de Redacción Periodística y me rehúso a seguir la norma del triángulo invertido. Prefiero, a recomendación directa del poeta, seguir la norma de la capacidad negativa.

María Teresa Cárdenas, nacida en Santiago, en 1965, es periodista por la Universidad de Chile y, en la actualidad, subdirectora de «Artes y Letras» y de la sección «Cultura» de El Mercurio, entidad a la que ingresa en 1989 para incorporarse al equipo fundador de Revista de Libros. Así lo señala la solapa de portada. Sin embargo mi experiencia me entrega una imagen más cercana y me gustaría compartirla con ustedes. Fue en 1996 cuando supe por primera vez de ella. Vivía yo, por entonces, en la ciudad de Malmö, al sur de Suecia, cuando una tarde recibí una llamada desde Santiago de Chile, anunciándome que había obtenido el Premio Revista de Libros, en el certamen de poesía convocado por este medio. Seis mil dólares que, como consecuencia, determinaron mi regreso a Chile. Era ella quien me comunicaba el resultado. Años después, generosamente, tuvo la gentileza de entrevistarme en una de sus tertulias literarias Tobacco & Friends, realizadas en la capital. Además de esta libro, sus otras publicaciones son A tintero vuelto (que reúne algunas de esas entrevistas, 2001), Fantasmas literarios, de Hernán Valdés (Premio Altazor, 2006) y Cosecha de Invierno, de Guillermo Blanco (2008)

Este «Also sprach Nicanor» nos convoca al quizás más querido poeta desde nuestra juventud, al poeta de prototipo chileno y habitante de la costa central. Ya va para los noventa y nueve. Lo recuerdo a los setenta: joven, buenmozo, en la flor de su edad (como a él le gustaría ser descrito) mientras lee sus versos en el Instituto Chileno Francés de Cultura. La oportunidad es propicia para abuenar a Enrique Lihn y Jorge Teillier quienes, por cuestiones de mujeres y no de celos literarios, no se miran con buenos ojos. Por esos días Humberto Díaz Casanueva intenta repetir el gesto para abuenarse con Nicanor. No conocía aquellas diferencias; o, al menos, no me había enterado. En la casa del diplomático comparten próceres de las artes y las letras; allí pasea Nemesio Antúnez, Guillermo Núñez, quien ha regresado hace poco a Chile y el hijo del guardabosque, el gran Juvencio recostado sobre el sillón bajo la atenta mirada de su esposa.

Pero Nicanor no perdona. Una tarde en la SECH, cuando aún iban escritores y la señora Mena servía algún plato y uno que otro buen vino, lo encontré junto a Teillier en una mesa del refugio López Velarde. Venía yo arrancando de una efusiva y sureña musa y me aperé a la mesa de espaldas al muro y tras una viga. «Por aquí, mijita!», indicó el vate a la primera de cambios. «Un hombre asume sus obligaciones», me sonrió achicando sus ojos.

Nicanor, humilde como su poesía, dice que «el sol pica de atrasito» cuando, en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, se le felicita por el Premio Juan Rulfo. En su infinita simpleza ha sido capaz -doce años atrás- de acercarse a un joven poeta en un encuentro literario, en Temuco, y presentarse como si acaso no fuera él ya bastante conocido.

Por supuesto, a veces recuerda sus estudios en Brown y en Oxford y se hace servir té, para él y sus amigos, por una dama sueca que entretanto nos deleita con algunas piezas de piano. Frente a los contertulios, en el jardín, el Tío Roberto se apura, entre las quejas de su hermano y patrón, en el corte de pasto. «No le regalo más ternos» protesta el profesor de Física. «Los cambia por tragos en La Piojera», comenta sin ninguna compasión de clase.

Nicanor lucha contra la Bomba, la personal, esa que le hace guiños a la vuelta de la esquina: «Yo pertenezco al mundo que se fue/ Yo todavía creo en el Socialismo/ Yo todavía creo en Dios y en el Diablo/ Yo soy uno de esos vejetes desubicados/ Que confunden el ser con el ente/ Déjense de pamplinas/ Hacen mal en sacarme de la tumba/ No te rías de mí/ ché papusa», termina el discurso oficial en la Alameda de las Delicias, hoy del Libertador Bernardo O’Higgins, ante autoridades también oficiales al celebrar sus primeros ochenta años.

Nicanor no ceja, seguirá luchando contra el «angelorum» como lo ha hecho siempre. Hace unos buenos cinco o seis años no me cruzo con Nicanor. La última vez fue en Isla Negra, en la casa de Neruda; de la Fundación, aclaro. Lo saludé con una broma ya recurrente. «Me cambié el nombre», había afirmado hace poco. «Ahora me llamo Neftalí Reyes Basualto; pero mis amigos pueden llamarme Lucila Godoy Alcayaga». No habíamos compartido desde el invierno de 2001, en Santiago, en un ciclo en su homenaje que tuvo lugar en la sala de la Telefónica. De aquella ocasión queda un disco compacto, «14 poetas chilenos contemporáneos», editado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

Por entonces, a los 86 de su edad Nicanor aparece como el más joven de los poetas chilenos. Su agudeza y percepción del medio le permiten una mirada crítica bastante mordaz de nuestro pobre espectáculo cultural. A través de objetos por él instalados -ataúdes, cajas e íconos- el poeta se ríe a carcajadas de la tontera humana, la pacatería, la economía. Ya es uno de los frentes externos de nuestras Relaciones Exteriores. Su postulación al Nobel equivale a la designación de Valparaíso como ciudad patrimonio de la humanidad. El encuentro se convierte en un fuerte espaldarazo a uno de los vates más queridos del país. Así lo expresan los colegas invitados; pero al mismo tiempo hace evidente el desconocimiento del público chileno respecto a la obra literaria y a su propia poesía. Parra es un signo de disconformidad y rebeldía y a ello, más que su alta poesía, reacciona la asistencia y hace evidente el éxito obtenido durante los tres días de exposición. Para la gran mayoría de los asistentes sus versos son desconocidos. Las muestras de sorpresa y alegría frente a estos y a los objetos muestran a un público generoso y dispuesto que aplaude lo obvio e inmediato más allá de la buena factura de una gran cantidad de los textos leídos en el escenario.

Al terminar el encuentro, el 10 de agosto, me queda la imagen de este Nicanor juvenil y un tanto cansando que pareciera retirarse a sus cuarteles de invierno. Pero fuerzas siempre le quedan. Lo recuerdo mientras planificaba mi regreso a Chile, a fines del 96,. El gran vate nacional atravesó todo Santiago en taxi para festejarme en casa de César Soto. Se le agradece. Y, si quisiera aportar con una última imagen, retrataría al poeta junto a su colega Gonzalo Rojas y los jóvenes Lihn y Teillier con un buen pie de página: grandes promotores de la actual poesía chilena.

Ahora, esta recopilación de María Teresa Cárdenas nos entrega la oportunidad de observar al poeta desde un atalaya y ver -y comprender- su transcurso. Reúne catorce entrevista en orden inverso, desde las más recientes a la primera registrada por este medio, algunos textos del autor y otras breves noticias e intervenciones relacionadas con los temas de las entrevistas. Diez son los periodistas convocados: Carlos Peña, Cecilia García Huidobro, Macarena García, María Teresa Cárdenas, Rodrigo Barría, María Ester Robledo, Ana María Larraín, Cecilia Valdés, Malú Sierra y Silvia Pinto. El prólogo de María Teresa es una pieza fundamental que teje y une la relación del poeta con su entorno. «Nicanor Parra no da entrevistas .Lo decidió hace años. ‘Me distorsionan todo lo que digo’ escribió en verso endecasílabo» comienza nuestra autora. Las entrevistas recorren un largo período, entre 1970 y 2007, ilustrándonos sobre la visión del poeta respecto tanto de sus libros como de los acontecimientos biográficos que conmovieron al mundo chileno, por decirlo de algún modo. El Premio Nacional de Literatura y los otros recibidos en las recientes décadas, el nunca llegado Nobel, el doloroso suicidio de Violeta y el no menos señero tecito con Patty Nixon, que le llevó a romper con media izquierda chilena (y de paso con Casa de las Américas), cuestión que ahora el poeta califica como una grosera trampa de la organización, en un encuentro literario en Estados Unidos.

¿Qué me queda a mí, como lector? Y, en parte, respondiendo a la duda que me dejó esa mañana aquel amigo en el Café del Poeta, puedo decir con seguridad que esta visión global del poeta, como institución y como un miembro más de un oficio compartido, nos señala una visión cosmogónica y social común a todos nosotros. En este sentido Nicanor Parra se convierte en el werkén, en el vocero general de gobierno de la poesía chilena, cuyo verdadero status no es, ni será otro, que la capacidad negativa indicada por nuestro autor, de esa duda permanente y el sano convivir -tranquila y felizmente- en toda oposición. Esto es cuanto me queda de tu lectura, María Teresa Cárdenas, esfuerzo y trabajo que agradezco profundamente.

Muchas gracias.

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Juan Cameron
María Teresa Cárdenas

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