Retorno
Poemas de Xavier Oquendo
Xavier Oquendo Troncoso
GRANADA
Allí
era la Alhambra un arco,
un pilar hecho en agujeta.
Allí
el agua tomada su cauce,
se anunciaba en el tiempo.
Allí un amarillo de manteca.
El árabe montando su potranca
para no volver más a la Alhambra
(Se despide
viendo a tiempo el horizonte);
Lloras como mujer
lo que como hombre
no supiste defender.
El árabe quería conquistar el agua.
SED
No me pases a sal, samaritana.
En el pozo aún hay agua
sin fermentar.
He llegado sudando desde el monte
y quisiera ver en ti la luz del mar.
La sal, samaritana,
es el lamento del mar
sin naufragar.
El pozo tiene espuma
y es dulce.
Samaritana,
quiero en tus ojos
ver el mar.
COLEGIO DE MONJAS
Te esperamos
arrimados al auto
de nuestras ansiedades.
Con nuestras hormonas desatadas
nos fumamos nervios
y vemos pasar el día
y al cometa Halley.
Llegas a nosotros y el auto se enciende con el olor
que expele tu colegiala profunda.
El viento te vuelve una copia
de la Marilyn más sediciosa del planeta.
La cómplice radio nos canta:
Despiértame
cuando pase el temblor
y cuando pase el olvido,
claro.
CONFESIÓN EN FRÍO
Donde el amor esté
yo salgo solo.
Quiero alentar a un árbol por su fruto,
a un pájaro que ocupa un puesto
en el tejado de mi espacio.
Donde el amor esté,
estará ese pájaro adherido a un árbol.
6
Aquí me reconozco: soy el barro
que quiso ser vasija y fue testigo
del ser que se hizo en mí como postigo
de aquella portezuela en que me amarro.
Aquí soy otra cosa a la que temo.
Soy una soledad que grita en lenguas,
que vibra como un mar mientras tú menguas
en plena tempestad de un cielo lleno.
Me miro como el cauce de una esquina
que se enredó en el filo de la espina
para traspapelar a la emoción.
Y en medio de ese frío que es la vida
entre mi sombra aún no definida
me crece ese otro yo en el corazón.
MOCHILEROS
Queríamos ser los apóstoles del mundo.
Vimos el mar, abrazamos las olas.
Los amigos abrían sus mochilas,
sacaban la cerveza
mientras la espuma del agua
llenaba las botellas de algún pirata cojo.
Nos hicimos amigos
y el mar era testigo. Y los cangrejos,
que tenían una marcha tan parecida
a nuestra dolorosa vida de amanecer.
Publicado por
Xavier Oquendo
Xavier Oquendo Troncoso