Gregorio Paredes y su ojo espejo
Treinta y dos años después de su primer libro aparece El ojo espejo, de Gregorio Paredes. El volumen reúne treinta y siete textos, algunos ya publicados en diversas revistas, del conocido poeta porteño quien, alguna vez, había prometido permanecer inédito hasta la muerte de Pinochet.
El poeta incorpora al texto diversos elementos que recoge del discurso cotidiano. Juega sobre la página para acercarse a la poesía visual a su manera, sin definirse por lo antipoético ni por alguna tendencia específica. Más bien su ritmo entrega una actitud escéptica, distante y crítica del entorno al cual se refiere.
Este alejamiento se hace visible en el texto Yo no está en casa cuando mira la televisión, alguna vez publicado como plaqueta y bastante difundido en sus lecturas. El sujeto es un yo despersonalizado al que el poeta se refiere en tercera persona; de esta manera convierte el artículo en un nombre propio que se observa a la distancia: Yo mira las nubes blancas/ Yo detesta el desorden/ Yo no entiende la música pop/ Yo guarda en su escritorio un cuaderno con poesías amarillas/ Yo escribirá al diario mañana. Y, al mismo tiempo, enfría cualquier tipo de sentimiento que pudiera deducirse de las opiniones allí expresadas.
La visualidad está, más allá de la simple gráfica que busca y explota en varios trabajos, en algunas bien logradas imágenes. En Nueva Galicia escribe saltan luces de una isla o otra, y con ello abre las posibilidades semánticas para una lectura más amplia. El recurso “dibuja” la sensación visual y permite sostener en la pura forma -u ordenación de las palabras sobre el plano- su gama de significaciones. Se trata de un tropos utilizado a veces por poetas mayores, como es el caso del argentino Jorge Boccanera, quien en un poema de Bestias en un hotel de paso finaliza con la definición El que traslada escombros de una carta a la otra. En este caso, Boccanera agrega a la creación visual el elemento mágico, el tercer nivel al que todo poeta aspira como creación y que, por cierto, está en la mejor poesía de Vicente Huidobro.
La poesía visual en tanto género se presenta, en Paredes, en variados intentos, como en la lectura invertida de un título, en la línea circular cuyo discurso no tiene fin o en el trazo que sube y baja para dibujar lo comunicado por la oración.
En El Ojo Espejo el autor conserva a grandes rasgos las líneas directrices de la poesía de los sesenta, como el apunte inteligente destinado a sorprender -cuando no a epatar- a su lector y cierta desfachatez en el tratamiento de sus temas. Influida esta promoción por la antipoesía, los materiales apuntan, más que asustar al desprevenido buscador de la lírica, a desafiar el orden establecido por el recurso de mostrar la realidad tal como se presenta ante el espectador. Títulos tales como Meditación ante un cambio de semáforo proponen desarticular los dogmas referidos a la lírica y, de esta manera, subvertir algo más allá del simple orden sintáctico. Las estrofas no son ajenas a este postulado: La aparición de un santo/ en la ciudad/ amenaza la estabilidad democrática, dice allí, como si en su vieja querella con la curia quisiera involucrar a quien se cruce en su lectura.
Luego de tres décadas de silencio, el rescate de estos textos permite situar a su autor en el espacio señalado por sus fieles seguidores.
Gregorio Paredes nació en Valparaíso, en 1942. Es autor de La Tierra Cuadrada (1969) y El ojo espejo (2001). Ha obtenido los premios Luis Tello y Homenaje a los 450 años de Valparaíso.
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